4/18/2023

Natzratim: Cuando los evangélicos ya no saben qué hacer para sentirse judíos.


Autor: Irving Gatell. 

Tenía que pasar: el cristianismo es cismático por naturaleza, y la tendencia ha alcanzado a los llamados Judíos Mesiánicos. ¿De dónde viene la naturaleza cismática del cristianismo? De la obsesión por definir el “correcto modo de creer” (ortodoxia, en su sentido más estricto), objetivo incompatible con la naturaleza humana: inevitablemente, cada quien termina por desarrollar sus propios modos de apreciación de las cosas. Al final de cuentas, por mucha afinidad que se pueda tener en aspectos generales —sobre el tema que sea—, siempre va a haber diferencias en las opiniones particulares.
Esto es algo que la pretendida ortodoxia cristiana no tolera, y la historia de esta cultura y religión ha sido una feroz batalla por lograr establecer —generalmente, imponer por la fuerza— el correcto modo de entender las cosas.
Por ello, para que el catolicismo romano se consolidase como cristianismo oficial, primero tuvo que imponerse —de modo bastante violento en algunas ocasiones— a otros modos de entender al Cristo (gnósticos, montanistas, marcionistas, monofisistas, docetistas, ebionitas y demás; la lista de “herejes” ofrecida por Ireneo de Lyon a finales del siglo II es larguísima).
El peor enemigo del catolicismo fue, en su momento de apoderarse del control, el arrianismo, con el cual tuvo que coexistir varios siglos antes de derrotarlo de modo definitivo. Pero no fue suficiente: para ese momento, las diferencias con las Iglesias de Oriente ya estaban bien definidas, y el cisma se volvió inevitable, y además oficial a partir del siglo XI. Luego, los cátaros, los hussitas, los wycliffianos y Jerónimo Savonarola, todos ellos antecedentes del peor cisma en occidente: el protestantismo.
Y, desde entonces, la invención de tantos cristianismo como se pueda: luteranos, calvinistas, anglicanos, metodistas, presbiterianos, mormones, la Luz del Mundo… Imposible sugerirlos siquiera.       Hoy en día, son miles y miles. Tarde o temprano, el fenómeno tenía que darse dentro de una de las últimas modas del cristianismo evangélico: los llamados Judíos Mesiánicos.
¿Cuál es la lógica por la que se presentan estos cismas?
En realidad, es bastante simple: no se ha entendido a Jesús de Nazaret de modo correcto, o no se han aplicado sus enseñanzas de modo correcto.
El primer punto ha sido de vital importancia para el cristianismo en relación al judaísmo. Al final de cuentas, para cualquier cristiano comprometido con lograr que todos crean en Jesús, es un punto muy difícil de asimilar el por qué los judíos —el propio pueblo de Jesús— no creyeron en él.    Por ello, muchos de sus razonamientos siempre han tenido un enfoque concreto: ¿de qué modo se les puede presentar a los judíos la correcta visión de Jesús, para que puedan entender que es el Mesías? (Curiosamente, nunca se les ha ocurrido la posibilidad de cuál será el modo en que ellos puedan lograr la correcta visión de Jesús, para que entiendan que no es el Mesías).
No se dan cuenta, pero es una postura ridícula. Generalmente, apelan a que el gran problema es el pésimo testimonio que ha dado la Iglesia Católica con sus violentos modos de intentar convencer. O incluso, el error estratégico del protestantismo durante mucho tiempo y en muchos lugares, al pretender lograr conversiones de judíos que impliquen un completo abandono de sus raíces espirituales y culturales. Lo sorprendente es que no aceptan, bajo ningún ángulo, que el asunto es más simple: los judíos no pueden creer en Jesús y ya. Jesús no satisface nada de lo enseñado por el judaísmo desde hace 35 siglos. Por eso no creemos, no porque los católicos sean malvados y ciertos protestantes sean torpes e imprudentes. Eso, en realidad, es insultante: nos reduce a una bola de tontos sin criterios que siempre han tomado decisiones basadas en lo visceral.
Así surgió el llamado Judaísmo Mesiánico: un grupo de protestantes ingleses de origen hebreo —en mayor o menor medida—, que se propusieron recuperar parte de su identidad cultural, sin dejar de ser cristianos. Eso, a mediados del siglo XIX. Durante más de un siglo pasaron desapercibidos, pero hacia la segunda mitad del siglo XX empezaron a ponerse de moda, toda vez que con la consolidación del Estado de Israel, el judaísmo volvió a manifestarse ante el mundo como algo sólido y capaz de sobrevivir por sí mismo. Y eso, inevitablemente, hizo que los cristianos más devotos se volviesen a plantear la pregunta: ¿por qué no hemos logrado mostrarle a los judíos que Jesús es el Mesías? Y allí apareció la opción: un tipo de cristianismo que incorpora los elementos externos del judaísmo (como si sólo eso fuera lo importante), perfecto para que los judíos puedan creer, pero sin distanciarse de su identidad.
Sorpresa: no creímos. Así que, tarde o temprano, el fracaso del llamado Judaísmo Mesiánico, además de la tendencia cismática del cristianismo, tenían que producir el siguiente eslabón en la cadena involutiva: el Judaísmo Nazareno. O Natzratim, como prefieren llamarse a sí mismos, para sentirse más judíos.

Los Natzratim han llegado a los extremos que muchos judíos mesiánicos no hubiesen querido llegar. Incluso, suelen mantener opiniones críticas —a veces, incluso, abiertamente malas— de los mesiánicos.
Rechazan la deidad de Jesús, rechazan los dogmas de la Iglesia —Católica o no—, y cada que pueden enfatizan el perfil judío de Jesús, y apelan al “correcto” modo de interpretar el Nuevo Testamento: desde su contexto judío original.
En ese aspecto, debo reconocerles que han diseñado al Jesús más judío que se ha logrado hasta la fecha. Pero tienen un problema bastante serio: no tienen ningún texto en el cual basarse.
¿Apelar a la tradición judía? Imposible. Jesús de Nazaret es irrelevante para el judaísmo rabínico, y por ello no existen ningún tipo de tendencia en el judaísmo durante los últimos dos mil años que les sirva para fundamentar sus creencias. En el mejor de los casos, apelan a autoridades rabínicas que han creído en un Mesías Sufriente, pero sin entrar en demasiados detalles, porque es obvio que —de hacerlo— tendrían que enfrentarse con el hecho de que su idea de “Mesías Sufriente” es radicalmente diferente a la que han sostenido algunas autoridades rabínicas (el punto más simple de visualizar es este: por mucho que algunos autores judíos hayan hablado de un Mesías Sufriente, el hecho es que ninguno creyó que fuera Jesús).
Entonces, no les queda más remedio que apelar al Nuevo Testamento, y allí es donde zozobran todos sus argumentos.
Para justificar su redefinición judaica de Jesús, intentan acercarse al Nuevo Testamento como si fuera un producto judío. Y, al no serlo, tienen que empezar a inventarse presupuestos tan falsos como una moneda de tres dólares con ocho centavos (en la misma moneda, claro).
He aquí los más chistosos (perdón, no tengo otra forma de definirlos):

1. El Nuevo Testamento es un producto judío
Podemos hablar de que el Nuevo Testamento tiene un origen judío, en tanto Jesús de Nazaret fue judío. Pero no es lo mismo hablar del Nuevo Testamento como producto terminado. Es simple: comparémoslo con el Talmud o con los Rollos del Mar Muerto, que son verdaderos productos judíos, tanto en su origen como en su fase de producto terminado.
Como son productos judíos, podemos identificarlos geográficamente de modo concreto: el Talmud se compiló en dos versiones diferentes, la Babilónica y la de Jerusalén, pero siempre en un vínculo indiscutible con las comunidades judíos de esas ciudades. Por su parte, los Rollos del Mar Muerto están vinculados de modo indisoluble con la comunidad Esenia de Qumrán, por lo que tampoco hay posibilidades geográficas para dudar de su identidad judía. Finalmente, los idiomas en los que están escritos son los idiomas característicos de la literatura judía de esas épocas: hebreo y arameo. Sólo un reducidísimo porcentaje de textos del Mar Muerto está en griego.
En cambio, el Nuevo Testamento se empezó a integrar fuera del contexto judío. El primero en integrar una colección de “textos sagrados” fue Marción, posteriormente condenado como hereje por la Iglesia en occidente. No era judío. Después de él, varios líderes cristianos empezaron a definir una posible lista de textos sagrados. Ninguno de ellos fue judío. De ese modo, hacia finales del siglo II empezamos a identificar algunas versiones preliminares del canon del Nuevo Testamento, pero todas ellas fuera del ambiente judío. En cambio, entre los seguidores judíos de Jesús —los Ebionitas—, el único libro que se conservaba era Mateo, según refieren San Jerónimo y Epifanio de Salamis. Jamás mencionan nada semejante a un canon sagrado en estas comunidades.
La urgencia de dejar definido un canon sagrado cristiano se confirmó hasta el Concilio de Nicea (325), pero ni siquiera allí se logró. La lista de los 27 libros oficiales del Nuevo Testamento, así como su redacción oficial, sólo quedó completa hasta los años 393 y 397 en los Concilios de Cartago e Hipona. Este es un dato que puede ser corroborado por cualquiera que guste, en cualquier enciclopedia o artículo sobre el proceso de conformación del Nuevo Testamento.
Pero los Natzratim no lo aceptan. Prefieren insistir en que el Nuevo Testamento es un producto genuinamente judío, pese a que no existe ninguna evidencia de que un judío, o un grupo de judíos, se tomaran la molestia de escoger “textos sagrados” escritos después de Jesús.
Menos aún, textos en griego.

2. El Nuevo Testamento se escribió originalmente en hebreo
Se supone —varios autores de la época patrística lo dicen— que los evangelios fueron escritos originalmente en hebreo.
Esta suposición es válida, según la crítica especializada, para Mateo, Marcos y Lucas, aunque no porque los originales estuviesen en hebreo, sino porque son tres diferentes variantes de un mismo original, que pudo haber estado en hebreo. En su defecto, en arameo.
Pero también es un hecho bien definido que ese original hebreo no abarcaba más de una tercera parte del actual texto de Marcos (porcentaje mucho menor en Mateo y Lucas), y que el texto definitivo, tal y como lo conocemos, sólo existe en griego en los manuscritos antiguos.
Las versiones completas más antiguas son los Códices Sinaítico y Vaticano, ambos del siglo V.
Con las epístolas de Pablo hay menos que discutir: fueron escritas para públicos grecoparlantes, por lo que no tiene ningún caso suponer que se escribieron originalmente en hebreo. Es más: fueron escritas para no judíos, por lo que resulta —valga la expresión— estúpido suponer que se escribieron originalmente en hebreo.
¿A qué apelan los Natzratim para insistir en algo que carece de cualquier tipo de evidencia arqueológica o filológica? A que los destinatarios no eran gentiles (“etne” en griego o “goyim” en hebreo), sino las tribus perdidas de Israel (también llamadas Efraim).
Pésimo argumento. Aun considerando la posibilidad de que eso fuese cierto, es un hecho que los judíos de la diáspora (y me refiero a los de la tribu de Yehudah; con mayor razón, a los de las diez tribus perdidas) no hablaban hebreo. El idioma en el que se desenvolvían era el griego, incluso en comunidades de un elevado nivel cultural como la de Alejandría (por eso, Filón escribió en griego).
Pero más aún: justamente, una de las premisas fundamentales del Nuevo Testamento es que los pactos hechos por D-os con el pueblo judío no son exclusivos para el pueblo judío, sino que tienen un alcance universal. Es la esencia del cristianismo: la posibilidad de darle una dimensión universal a la Biblia, porque de lo contrario, se tiene que asumir que sólo es patrimonio exclusivo del pueblo judío (lo que, por cierto, insiste el judaísmo).
Proponer que ese “universalismo” es para incluir en las promesas a las diez tribus perdidas o a “Efraim” es una tontería, porque —en tanto dichas tribus son parte de Am Israel—, son parte de las promesas hechas a Abraham y su descendencia. No hay nada que negociar: tienen tanto derecho como los de la tribu de Yehudah.
Entonces, todos los pleitos registrados en Hechos de los Apóstoles, entre los que querían predicarles a gentiles y los que no, o entre los que proponían un cristianismo no judaizado para los gentiles y los que querían judaizarlos, pierden sentido. Si no se está hablando de gentiles, sino de israelitas, todas las controversias neotestamentarias por el asunto son una estupidez, porque no tiene que discutirse si se deben someter a la Torá o no: si son israelitas, deben circuncidarse, observar el kashrut y todo lo demás. Sin embargo, Pablo siempre propugna porque no se les impongan estas cosas.
¿Por qué? Es obvio: porque no son judíos. Ni israelitas. Ni hablan hebreo.
El idioma del Nuevo Testamento, el proceso de conformación y los espacios geográficos en los que se dio el mismo, sólo apoyan la idea que desde hace 16 siglos está sobradamente clara: se trata de un texto gentil.
Por ello, no existe ningún correlato literario similar al Nuevo Testamento en la literatura judía de la época. Incluso, los estilos literarios son más afines a la literatura helénica (empezando por el concepto de Evangelio), que a la literatura judía.
Para concluir este punto, me limito a citar lo que viene a ser el colmo del tema: el jesuita especializado en papiros antiguos Jose O’Callaghan (español de padre irlandés) provocó una controversia en el mundo académico cuando publicó el resultado de una investigación, según la cual se habría recuperado un fragmento del Evangelio de Marcos entre los Rollos del Mar Muerto. El fragmento en cuestión es el famoso 7Q5, y O’Callghan inmediatamente tuvo que enfrentarse al descredito de los biblistas, que rechazaron tajantemente su teoría. Sin embargo, con el paso de los años ha quedado claro que O’Callaghan tenía razón, y hoy en día no existe ningún filólogo que cuestione el trabajo de este erudito español. Naturalmente, los biblistas siguen empecinados en negar algo que, por cierto, no corresponde a su área de trabajo.
Entonces, tenemos el hecho de que un fragmento del evangelio de Marcos se recuperó en una colección de textos judíos cuya fecha más tardía es el año 68. Se trata, por lo tanto, del fragmento más antiguo del Nuevo Testamento.
Curiosamente, es uno de los pocos papiros recuperados en el Mar Muerto (la abrumadora mayoría de los documentos son pergaminos). Y, para colmo, ¡está en griego!

3. El Nuevo Testamento debe citarse en hebreo
Un recurso muy frecuente de los Natzratim para exponer sus ideas es citar el Nuevo Testamento en hebreo, pese a que no existe una sola copia antigua del Nuevo Testamento en hebreo. Lo más antiguo que se tiene es la versión del evangelio de Mateo —apenas uno de 27 libros— conocido como Shem Tov, y que —en realidad— es una traducción medieval. Ningún especialista se tomaría en serio la posibilidad de que el manuscrito Shem Tov sea la versión original de Mateo.
¿Cómo intentan salir del brete los Natzratim? Apelando a que sí existe una versión en arameo —por lo menos— del Nuevo Testamento, previa a los Códices Sinaítico y Vaticano: la Peshitta, que —según insisten— data del siglo I, o a lo más del II.
No sé si concederles el beneficio de la duda y sospechar que lo dicen en una amable ignorancia, o simplemente concluir que sus argumentos son falaces y tramposos.
¿Dónde está el problema? En que la Peshitta que data del siglo I es la del Tanaj, NO LA DEL NUEVO TESTAMENTO. Esta última, data del siglo V, y la gran mayoría de los especialistas considera que se trata de una traducción al arameo de los textos originales EN GRIEGO. La prueba es simple: el tipo de escritura usado en la Peshitta acusa rasgos bizantinos. Además, no está en arameo palestino, sino en arameo siriaco (el arameo del cristianismo, no el del judaísmo).
Por eso, las frecuentes citas al idioma hebreo sólo son un intento por darle al Nuevo Testamento un forro que no tiene (si, por lo menos, citaran el arameo de la Peshitta, habría un poco más de honestidad intelectual). Se trata de traducciones, no de palabras originales. Claro, a la hora de engatusar incautos, igual y pueden funcionar. Pongo un ejemplo:
En un debate que leí en internet, que giraba en torno al tema de la deidad de Jesús o su preexistencia como individuo, se le argumentó a un nazareno que Pablo, al citar un antiguo Himno conocido como el Misterio de la Piedad, comienza diciendo “D-os fue manifestado en carne”.
El nazareno refuta que esa no es la palabra original del pasaje, y que se debe tratar de una traducción incorrecta —o por lo menos inexacta— del hebreo Elohim, que puede traducirse como “D-os”, pero también de otros modos.
Correcto, salvo que tenemos un problema: no existe ninguna evidencia de que ese texto originalmente haya sido escrito en hebreo. Tampoco, que ese himno haya sido cantado primero por comunidades hebreo parlantes.
El punto de partida es un texto en griego, y en ese idioma, el texto dice “D-os fue manifestado en carne”. Así que, si se trata de hacer un trabajo serio de exégesis, el punto de partida es ese, y no un supuesto texto que debió decir otra cosa. Eso, en términos simples, es una farsa de muy mala calidad.

¿Cuál es el problema de los Natzratim?
Que judaizaron a Jesús tanto, que tienen que recurrir a la sistemática y arbitraria alteración del sentido claro del Nuevo Testamento. Por ejemplo, en el caso que cité, se recurre a un supuesto original que no existe, para demostrar que cuando dice “D-os fue manifestado en carne”, no se debe entender que “D-os fue manifestado en carne”. Sino todo lo contrario.
Vez tras vez, los argumentos de los Natzratim son lo mismo: enfrentarse con lo que el Nuevo Testamento dice, para luego intentar demostrar que no lo dice, sino que todo es culpa de la malinterpretación cristiana, basada en no haber entendido el idioma hebreo, pese a que no hay evidencia alguna de que exista un antecedente en hebreo del Nuevo Testamento completo.
¿Cuáles son los temas que los Natzratim tienen que forzar, tergiversar y alterar para poder ajustar —bueno, eso creen ellos— el Nuevo Testamento a sus ideas sobre Jesús? Principalmente, los siguientes:
a) Que Jesús es D-os encarnado
b) Que la Torá es obsoleta
c) Que las instituciones de la Torá han quedado anuladas
d) Que el judaísmo está “desgajado” de los pactos de D-os
e) Que el Nuevo Testamento es para gentiles

Apelan a que para demostrar que esas ideas son falsas, sólo hay que hacer una lectura judía del Nuevo Testamento, pero no explican por qué rayos, durante dos mil años, al judaísmo jamás se le ocurrió eso. Por el contrario: la experiencia universal en el judaísmo, ha sido que —al leer el Nuevo Testamento— queda claro que ahí se enseña que Jesús es D-os, que la Torá está obsoleta, que sus instituciones están anuladas, que el judaísmo ha sido desgajado por D-os, y que el patrimonio de las promesas ahora es para los gentiles. Por eso, el judaísmo siempre ha rechazado al Nuevo Testamento, porque es incompatible.
Eso es, en resumidas cuentas, el movimiento Natzratim: un grupo de cristianos (básicamente, de origen adventista) que judaizó demasiado a Jesús, y que para justificar sus puntos de vista, intentan forzar al Nuevo Testamento hasta lo inverosímil, cayendo en argumentos ilógicos, insostenibles, y que provocarían la risa de cualquier especialista de postura neutral y fría.
Como plus a todo este sinsentido, apelan a que son los herederos del grupo de judíos que siguieron a Jesús. Dicho en otras palabras, que son los verdaderos seguidores de Jesús.
La evidencia histórica es contundente: los nazarenos —si acaso fueron los continuadores de los seguidores originales de Jesús— desaparecieron hacia el siglo VI.
La prueba simple es que nadie podría citar los nombres de ningún nazareno destacado desde el siglo II hasta el siglo XX, y menos aún documentos trascendentales que expliquen los puntos de vista nazarenos, ni sus controversias con el judaísmo rabínico (digo, si se tienen registro de las controversias entre caraítas y rabínicos, debería haberlo también de los nazarenos).
Lo que tenemos hoy apareciendo por todos lados en internet sólo es otra secta surgida del contexto evangélico, que viene a convertirse en el inevitable cisma en el interior de las tendencias mesiánicas.
Es decir: otro grupo de cristianos que, ya sea por ingenuidad o mala leche, verdaderamente se cree que son la recuperación del verdadero mensaje de Jesús y, con ello, portavoces del verdadero judaísmo.

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