5/22/2025

Las fuentes ocultas de líderes religiosos que buscan manipular a su audiencia. Por Neshamot Deot


Por Neshamot Deot

En el vasto mundo de la literatura esotérica, religiosa y pseudocientífica, existe un fenómeno recurrente, poco estudiado y reconocido: autores que toman ideas de fuentes oscuras o marginales, las reformulan sin reconocimiento explícito y las presentan como revelaciones originales. Este mecanismo, que podríamos llamar "plagio místico" o "apropiación espiritual", no es nuevo, pero se ha vuelto especialmente frecuente en la era digital, donde la información circula sin filtros y las audiencias carecen de herramientas para rastrear los orígenes de ciertas afirmaciones.

Uno de los casos más conocidos es el de Helena Blavatsky, fundadora de la Teosofía. Aunque sus obras La Doctrina Secreta e Isis Desvelada se presentan como revelaciones de maestros espirituales ocultos, los investigadores han señalado que gran parte de su contenido deriva de textos masónicos, gnósticos y del esoterismo oriental, sin una atribución clara. Blavatsky mezcló conceptos del hinduismo, el budismo y el hermetismo occidental, presentándolos como una "sabiduría primordial" transmitida solo a unos pocos iniciados, cuando en realidad eran conocimientos de obras poco conocidas por el público general.

Similar es el caso de Elena G. de White, cofundadora de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, cuyas visiones y escritos —considerados inspirados divinamente— reflejan un fenómeno característico de su tiempo: la reelaboración de ideas circulantes en los movimientos reformistas del siglo XIX. Críticos han demostrado que sus enseñanzas sobre salud, escatología y estilo de vida no eran originales, sino adaptaciones de predicadores como William Miller y corrientes como el movimiento de reforma pro-salud, sin atribución explícita. Este patrón no era exclusivo suyo: en la misma época, Mary Baker Eddy (1821–1910), fundadora de la Ciencia Cristiana, promovía ideas similares basadas en una mezcla de nociones científicas populares y teología, asegurando que la fe podía curar enfermedades. Ambos casos revelan un mismo mecanismo: la apropiación de conceptos difusos —ya fueran médicos, escatológicos o espirituales—, filtrados por creencias personales y presentados como verdades reveladas. No se trataba tanto de plagio deliberado como de un "espíritu de época" que normalizaba el reciclaje de ideas marginales, transformándolas en doctrinas supuestamente únicas.

En el ámbito de la literatura pseudohistórica y ufológica (donde esta práctica es altamente común), J. J. Benítez ha sido acusado de tomar conceptos del Libro de Urantia —un texto canalizado de mediados del siglo XX— sin citarlo directamente. Documento que a su vez es una compilación de varias fuentes, en especial de las ideas del filósofo Charles Hartshorne. En obras de J.J. Benítez, como la saga Caballo de Troya (la más popular), incorporan elementos de este libro (como la descripción de una jerarquía celestial y una reinterpretación de la vida de Jesús) sin mencionar su procedencia, presentándolos como revelaciones exclusivas obtenidas a través de "fuentes militares secretas".

Este patrón también se observa en figuras modernas como Mr. Tartaria, un difusor de teorías conspirativas en YouTube que, en un debate público, mencionó vagamente a "científicos rusos con una cronología alternativa" sin nombrar a Anatoli Fomenko, el matemático detrás de la pseudohistoria conocida como Nueva Cronología. Fomenko sostiene que la historia convencional es un fraude y que eventos como el Imperio Romano o la Edad Media son invenciones cronológicamente distorsionadas. Aunque su teoría ha sido ampliamente desacreditada, su influencia persiste en círculos marginales, donde personajes como Mr. Tartaria la reciclan sin citarla, otorgándole un aura de misterio y novedad.

Es interesante que esta práctica es muy recurrente entre los seguidores o admiradores de Jesús. Por ejemplo, Mario Saban omite, entre otras fuentes, mencionar al libro "La Sabiduría Hebrea" de Isaac S. Algazali donde extraía las referencias del Talmud para justificar las enseñanzas de Jesús. Hoy, en un contexto donde la transparencia intelectual debería ser norma, muchos autores repiten el mismo patrón: toman conceptos de la cábala, el hermetismo o la física cuántica, los despojan de su contexto original y los venden como "sabiduría ancestral" o "descubrimientos revolucionarios".

Otro caso interesante es el del falso Rabino Daniel Hernández que aseguraba que el idioma más parecido al hebreo era el griego. Esta declaración ignorante tal vez tenga detrás – como sospecho- una fuente no declarada, que en este caso vendría a ser la obra de Joseph Yahuda, con su libro Hebrew is Greek; ahí el autor afirma que el hebreo y el griego antiguos eran el mismo idioma, desafiando el consenso lingüístico sin ofrecer pruebas sólidas. Su teoría, aunque marginal, fue adoptada por algunos círculos esotéricos como "verdad oculta", demostrando cómo las ideas periféricas pueden ser recicladas y popularizadas por autores que las presentan como propias.

Del mismo modo, según lo observado en sus intervenciones públicas en plataformas como YouTube, el autoproclamado "rabino" Gonzalo Cabral, también conocido como Ariel Katz, parece basar gran parte de sus enseñanzas en teorías conspirativas que, curiosamente, reproducen casi textualmente las ideas propuestas por Hugh J. Schonfield (1901–1988). Este último fue un erudito judío conocido principalmente por su traducción del Nuevo Testamento (The Authentic New Testament, 1955) y por sus controvertidas hipótesis históricas, especialmente desarrolladas en The Passover Plot (1965), obra en la que combinaba esoterismo, reinterpretaciones mesiánicas y supuestas conspiraciones vinculadas al Vaticano.

Las teorías de Schonfield, aunque marginales en el ámbito académico, tuvieron un impacto notable en la literatura alternativa, influyendo incluso en obras como El enigma sagrado (1982), que a su vez sirvió de inspiración para bestsellers de ficción como El código Da Vinci (2003). Cabral, al retomar estas ideas sin rigor crítico y presentarlas como verdades reveladas, no solo perpetúa un discurso carente de fundamento histórico, sino que también evidencia su dependencia de fuentes ya desacreditadas en círculos serios de investigación.

Para concluir basta con decir que este fenómeno no tiene un nombre único, pero podríamos definirlo como "eclecticismo ocultista": una mezcla deliberada de fuentes no reconocidas, ya sea por ignorancia, pereza intelectual o interés en mantener una imagen de originalidad. La solución, como lectores críticos, es siempre rastrear las fuentes, cuestionar las narrativas grandilocuentes y recordar que, en espiritualidad y pseudociencia, lo "nuevo" suele ser lo antiguo mal citado.

Desde Blavatsky hasta Benítez, pasando por predicadores y teóricos de la conspiración, el mecanismo es el mismo: tomar ideas poco conocidas, omitir sus orígenes y presentarlas como una verdad exclusiva. En un mundo sobresaturado de información, el verdadero desafío no es encontrar "secretos ocultos", sino distinguir entre el conocimiento legítimo y el plagio místico disfrazado de revelación.

Todo esto me lleva a preguntarme: ¿No es acaso lo mejor -dentro de lo posible- de las enseñanzas de Jesús un ejemplo de esa mala práctica?  La Toráh, los salmos, las enseñanzas de los sabios fariseos y de Qumrán pueden fácilmente rastrearse, aunque tergiversadas, en las páginas del Nuevo Testamento.  Que diferencia con aquellos que nos enseñaron en la Baraita de Pirké Avot 6:6 que la redención misma está unida a la honestidad intelectual de atribuir: 

“[… ] precisando en el nombre de quien dijo una enseñanza, y citando algo en nombre de quien lo dijo. De aquí aprendemos que quien cita algo en nombre de quien lo dijo, trae redención al mundo, como está dicho (Ester 2:22): 'Y Ester lo dijo al rey en nombre de Mordejai'."

Porque ese es el camino de la Toráh, la verdad. Mientras la tradición judía nos enseña que vincular el conocimiento a su origen es un acto ético y redentor, muchos autores con ínfulas místicas borran huellas textuales para vender sus ideas como novedosas, evitar críticas sobre sus fuentes reales y sobre todo manipular a audiencias no especializadas a las que terminan doblegando bajo una mentalidad sectaria.


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