6/22/2010

El Efraim amerindio: La quimera bíblica que Rabí Akiva pulverizó hace dos milenios




El surgimiento de nuevas interpretaciones dentro del cristianismo, particularmente aquellas adoptadas por movimientos como el Anglo-Israelismo (British Israelism) y ciertas corrientes mesiánicas nazarenas, ha suscitado un renovado interés en la identificación con las tribus perdidas de Israel. Este fenómeno, que incluye la controvertida autodenominación como "Efraim" por parte de algunos grupos, basada en las teorías del pastor cubano Daniel Hernández (también conocido como Dan ben Avraham o D.A. Hayyim), invita a una reflexión profunda sobre las raíces históricas del cristianismo y su relación con el judaísmo.

En un giro aún más intrigante de esta narrativa, emerge la fascinante —y a menudo pintoresca— teoría de los "efraimitas amerindios", un constructo sincrético que fusiona elementos del Anglo-Israelismo, el mormonismo y diversas corrientes mesiánicas de corte evangélico. Esta hipótesis, que ha encontrado terreno fértil en el imaginario de ciertos grupos latinoamericanos, postula una conexión genealógica y espiritual entre las poblaciones indígenas americanas y las tribus perdidas de Israel, particularmente Efraim. Los adherentes a esta creencia tejen una intrincada red de especulaciones que abarca desde la migración de cripto-judíos (marranos) durante la colonización española hasta la idea de que los pueblos originarios de América son descendientes directos de los lamanitas y nefitas descritos en el Libro de Mormón (Libro de Mormón, 1 Nefi 13:30; Alma 63:5-8; Helamán 3:8). Esta teoría encuentra respaldo adicional en las declaraciones de Joseph Smith, quien afirmó que los nativos americanos eran "descendientes literales de Abraham" (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 84) y en la revelación registrada en Doctrina y Convenios que se refiere a los lamanitas como “un remanente de los judíos” (D&C 19:27). Estas fuentes proporcionan el fundamento para la creencia mormona de que los pueblos indígenas americanos tienen un linaje israelita, específicamente a través de las tribus de Manasés y Efraím (Libro de Mormón, Alma 10:3). Y por supuesto, con un entusiasmo que raya en lo quijotesco, estos grupos "efraimitas" amalgaman tradiciones dispares, argumentando que la combinación de sangre castellana potencialmente judía y herencia indígena —presuntamente israelita— los convierte en legítimos herederos de las promesas bíblicas. Esta narrativa, que podría considerarse un ejercicio de “genealogía espiritual creativa”, ilustra la persistente búsqueda de identidad y pertenencia en el complejo tapiz de la fe y la historia, donde la línea entre la revelación y la imaginación a menudo se desdibuja en formas tan fascinantes como desconcertantes.


La narrativa del "Efraim amerindio" encuentra un peculiar punto de convergencia con las enseñanzas del Libro de Mormón, específicamente en su controvertida explicación sobre el origen de las diferencias étnicas entre los pueblos americanos. Este relato, que atribuye el oscurecimiento de la piel de los lamanitas a una maldición divina, tal como se lee en tal libro en 2 Nefi 5:21-23, se narra:

“& he had caused the cursing to come upon <​them​> yea even a sore curseing because of their iniquity for behold they had heardened their hearts against him that they had become like unto a flint wherefore as they were white & exceding fair & delightsome that they might not be enticeing unto my People therefore the Lord God did cause a skin of blackness to come upon them”

“Y él había hecho venir la maldición sobre ellos, sí, una maldición dolorosa debido a su iniquidad (cf. Deuteronomio 28:15-20); porque he aquí, habían endurecido sus corazones contra él (cf. Éxodo 7:14), volviéndose como el pedernal (cf. Ezequiel 3:8-9). Por tanto, como eran blancos, sumamente hermosos y deleitables, para que no fueran seductores para mi pueblo (cf. Génesis 6:2), el Señor Dios hizo que les viniera una piel de negrura (cf. Jeremías 13:23; Zacarías 7:12.).”

Smith, J. (s.f.). Printer’s Manuscript of the Book of Mormon, circa August 1829–circa January 1830. Joseph Smith Papers. Folio 57.

La evidencia textual y contextual sugiere que Joseph Smith, en la composición del Libro de Mormón, incorporó extensivamente elementos lingüísticos y temáticos de la Biblia King James (KJV). El pasaje en cuestión, localizado en 2 Nefi 5:21, exhibe características que indican una estrecha relación intertextual con la KJV. La versión proporcionada, con su ortografía y puntuación irregulares (e.g., "curseing", "heardened"), parece ser una transcripción del manuscrito original previo a su edición formal, lo cual ofrece una visión directa del proceso compositivo de Smith.

El concepto central del pasaje, una maldición divina que altera la pigmentación cutánea, aunque no tiene un paralelo directo en la Biblia, evoca interpretaciones históricas de la "Maldición de Cam" (Genesis 9:20-27). Smith parece haber extrapolado y amplificado esta idea, explicitando un cambio físico que en el texto bíblico permanece implícito. Esta adaptación creativa de motivos bíblicos es característica del método de Smith en la elaboración del Libro de Mormón.

Además, el pasaje incorpora temas y fraseología recurrentes en la KJV. La noción de la belleza física como potencial tentación espiritual (en el original: "fair & delightsome" y "enticeing") resuena con advertencias bíblicas sobre las distracciones carnales, como se encuentran en Mateo 5:29-30. Similarmente, la metáfora del corazón endurecido ("heardened their hearts") y la comparación con el pedernal ("like unto a flint") tienen claros antecedentes en pasajes como Zacarías 7:12 y Ezequiel 3:9.

Este análisis comparativo revela un patrón consistente de préstamo y adaptación de la KJV en el Libro de Mormón. Smith no se limitó a una mera reproducción de frases bíblicas, sino que las recontextualizó y expandió, creando una narrativa que, aunque novedosa, mantiene una fuerte resonancia con el texto bíblico familiar a su audiencia contemporánea. Este método de composición, que podría caracterizarse como una forma de paráfrasis creativa o reelaboración intertextual, plantea interrogantes significativas sobre la naturaleza de la "traducción" que Smith afirmaba estar realizando y sobre los procesos de producción textual en los movimientos religiosos emergentes del siglo XIX.

El análisis intertextual del Libro de Mormón revela cómo Joseph Smith empleó y adaptó creativamente elementos de la Biblia King James, generando una narrativa que, aunque novedosa, mantenía fuertes resonancias con textos bíblicos familiares para su audiencia del siglo XIX. Esta técnica de composición, que combina préstamo, paráfrasis y reelaboración, no solo plantea interrogantes sobre la naturaleza de la "traducción" que Smith afirmaba realizar, sino que también ha sentado las bases para reinterpretaciones posteriores. 

En este contexto de apropiación y recontextualización textual, no sorprende que grupos contemporáneos hayan encontrado inspiración para desarrollar sus propias narrativas identitarias y teológicas. Tal enseñanza de ficción, ha sido reinterpretada de manera creativa por los adherentes a movimientos como los mormones hebraicos, las Raíces Hebreas del Cristianismo y los mesiánicos-amerindios en América Latina.

Estos grupos, enfrentados a la evidente disparidad entre su apariencia física y la de las comunidades judías establecidas (sefaradim, ashkenazim o mizrajim), han desarrollado elaboradas justificaciones teológicas para reconciliar su autoproclamada identidad israelita con su realidad étnica. Argumentan que la transformación descrita en 2 Nefi 5:21-23 no solo explica su apariencia actual, sino que también valida su conexión con el "Israel original".

Paradójicamente, mientras que el texto mormón presenta este cambio como una maldición, estos movimientos lo reinterpretan como una marca de distinción divina, un "sello" que los identifica como los verdaderos herederos de las promesas hechas a Efraim. Esta interpretación sincrética fusiona elementos de la teología mormona, la exégesis bíblica cristiana y conceptos selectivos del judaísmo, creando una narrativa de "exilio y redención" que busca legitimar su reclamo de identidad israelita.

Algunos líderes de estos movimientos llegan incluso a argumentar que su apariencia física es el resultado de siglos de "ocultamiento divino", similar a la historia de los cripto-judíos durante la Inquisición. Sostienen que, así como los marranos mantuvieron su identidad judía en secreto, ellos han preservado su "esencia efraimita" bajo una apariencia externa diferente.

Esta reinterpretación de la narrativa mormona y su fusión con conceptos judaicos representan un fascinante caso de bricolaje teológico. Demuestra la extraordinaria flexibilidad interpretativa que estos grupos emplean para construir una identidad religiosa que pueda conciliar sus aspiraciones espirituales con su realidad étnica y cultural.

Sin embargo, desde la perspectiva del judaísmo y de la historiografía académica, estas interpretaciones carecen de fundamento histórico y teológico. La tradición judía, como veremos más adelante sobre las tribus perdidas, no ofrece base para tales reclamos de identidad. Además, la antropología moderna y los estudios genéticos no respaldan la idea de una conexión directa entre los pueblos amerindios y las antiguas tribus de Israel.

Este fenómeno ilustra la complejidad de las dinámicas de identidad religiosa en el contexto latinoamericano, donde la búsqueda de raíces espirituales puede llevar a la creación de narrativas sincréticas que desafían las categorizaciones tradicionales. Mientras que para sus adherentes estas creencias ofrecen un sentido de pertenencia y propósito, para los estudiosos representan un fascinante campo de estudio sobre la formación de identidades religiosas en la era moderna.

Para comprender mejor esta compleja dinámica, resulta iluminador examinar las perspectivas de los antiguos sabios judíos (Jajamim) que presenciaron el nacimiento del cristianismo en la tierra de Israel (Eretz Israel) hace dos milenios. En este contexto, la figura del Tana Rabí Akiva ben Yosef emerge como una fuente de inestimable valor.

Rabí Akiva, influenciado por Hilel HaZaqen (el Anciano) y contemporáneo de renombrados sabios como Rabí Eliezer ben Hurkenos y Rabí Yehoshúa ben-Jananyah, se erigió como un pilar fundamental en la transmisión de la sabiduría judía. Su legado se extendió a través de discípulos ilustres como Rabí Meir, Rabí Eleazar Ben-Shamua, Rabí Yehudah B"R Ilái, Rabí Yose Ben-Jalafto, Rabí Shimeón ben Yojai, Rabí Eliezer ben-Ya'acov y Rabí Nejemyah.

La prominencia espiritual de Rabí Akiva se refleja en el relato talmúdico que lo sitúa como uno de los cuatro sabios que ingresaron al PaRDeS ("Huerto Místico"), una experiencia mística de profunda trascendencia. Según la tradición registrada en el Sha'aré Kedushah y en la Guemará Jagigah 14b [1], Rabí Akiva fue el único que emergió ileso de esta experiencia, preservado por intervención divina de los ángeles ministeriales que amenazaban con derribarlo.

Entre los discípulos más destacados de Rabí Akiva se encontraba el RaShB"I (Rabí Shime'on Bar-Yojai), cuya dedicación y anhelo por descubrir los reinos superiores de la realidad lo llevaron a estudiar con su maestro durante trece años, alcanzando niveles espirituales extraordinarios.

El período de esplendor de Rabí Akiva llegó a un abrupto final con la rebelión de Bar-Kojba. Esta época turbulenta vio la trágica pérdida de casi la totalidad de sus 24,000 estudiantes, víctimas de plagas y de los feroces enfrentamientos contra los romanos. De este vasto cuerpo estudiantil, solo cinco sobrevivieron, entre ellos el RaShB"I, perpetuando así el legado de su maestro en medio de la adversidad.

Este recorrido por la vida y enseñanzas de Rabí Akiva no solo proporciona un contexto histórico invaluable para entender el judaísmo del siglo II, sino que también ofrece un punto de partida para examinar las complejas interacciones entre el judaísmo rabínico emergente y las primeras comunidades cristianas, arrojando luz sobre los debates contemporáneos en torno a la identidad religiosa y la interpretación de las escrituras.

La figura de Rabí Akiva, pilar fundamental del judaísmo rabínico, emerge como una voz autoritativa en el debate sobre el destino de las diez tribus perdidas de Israel, un tema que ha cobrado renovada relevancia en el contexto de los movimientos cristianos mesiánicos contemporáneos. La postura de Rabí Akiva, registrada en la Mishná, ofrece una perspectiva inquietante y categórica que desafía las narrativas modernas de ciertos grupos que buscan identificarse como descendientes espirituales o literales de estas tribus.

En la Mishná, tratado Sanhedrín 10:3, encontramos el siguiente pasaje crucial:

עשרת השבטים אינן עתידין לחזור שנאמר וישלכם אל ארץ אחרת כיום הזה מה היום הזה הולך ואינו חוזר אף הם הולכים ואינם חוזים דברי רבי עקיבא רבי אליעזר אומר מה היום מאפיל ומאיר אף עשרת השבטים שאפל להן כך עתיד להאיר להן

“Las diez tribus no retornarán jamás, porque está escrito: 'los arrojó a otra tierra como hoy' (Deuteronomio 29:28); del mismo modo que el día de hoy se va y no vuelve más, así aquéllas se fueron y no retornarán más. Esta es la opinión de Rabí Akiva. Rabí Eliezer dice: del mismo modo que el día de hoy oscurece y luego se ilumina, así a las diez tribus sobre las que se cernió la oscuridad les vendrá la luz.”

-La Misna (C. del Valle, Trad.). (1997). Ediciones Sígueme. p.746.

La interpretación de Rabí Akiva sobre este pasaje es particularmente significativa, no solo por su contenido, sino por el peso de su autoridad en la tradición halájica (legal) judía. Rabí Shmuel Ibn Nagrelah HaNagid [2], en su obra “Introducción al Talmud”, establece un principio fundamental: en disputas entre sabios, la halajá (ley judía) siempre se decide según la opinión de Rabí Akiva. Este principio eleva la declaración de Rabí Akiva sobre las diez tribus a un nivel de autoridad prácticamente incuestionable dentro del judaísmo rabínico.

La implicación de esta enseñanza es profunda y desafiante para los movimientos cristianos mesiánicos, particularmente aquellos que se autodenominan "efraimitas" o que buscan una conexión espiritual o genealógica con las tribus perdidas. Según la interpretación de Rabí Akiva, estas tribus no solo están perdidas, sino que están irrevocablemente separadas del pueblo judío, sin posibilidad de retorno.

Este veredicto rabínico plantea interrogantes fundamentales sobre la validez teológica y la base histórica de los movimientos que buscan "recuperar" una identidad israelita perdida. La certeza con la que Rabí Akiva declara la irreversibilidad de la dispersión de las diez tribus contrasta fuertemente con las narrativas de "redescubrimiento" y "retorno" propugnadas por ciertos grupos cristianos mesiánicos.

Más allá de la cuestión específica de las diez tribus, este debate talmúdico ilumina las complejas dinámicas entre continuidad y ruptura en la historia judía. La opinión divergente de Rabí Eliezer, que ofrece una visión más optimista de un posible “amanecer” para las tribus perdidas, subraya la tensión perenne en el pensamiento judío entre el juicio divino y la esperanza de redención.

Es importante notar que la tradición judía posterior ha luchado con estas interpretaciones, desarrollando matices y reinterpretaciones. Algunos comentaristas han sugerido que la declaración de Rabí Akiva se refiere a un retorno colectivo de las tribus como entidades distintas, pero no necesariamente excluye la posibilidad de retornos individuales o la incorporación de descendientes de estas tribus en el pueblo judío a lo largo del tiempo.

Sin embargo, para aquellos que se adhieren a movimientos como las “Raíces Hebreas del Cristianismo”, abramicos, netzatitas, o los grupos "efraimitas", la opinión de Rabí Akiva presenta un desafío teológico formidable. Según esta interpretación autoritativa, estos grupos no solo estarían desconectados del Estado moderno de Israel, sino que también estarían excluidos del Olam Haba (Mundo Venidero), a menos que abandonen lo que la tradición judía considera idolatría, incluyendo la aceptación del Nuevo Testamento, y se dediquen exclusivamente al estudio y práctica de la Torá según la interpretación rabínica.

Este debate milenario adquiere una nueva relevancia en el contexto de los movimientos religiosos contemporáneos y las cuestiones de identidad cultural y espiritual. Invita a una reflexión profunda sobre los límites de la inclusión y la exclusión religiosa, la naturaleza de la continuidad histórica y espiritual, y los peligros de apropiación cultural en el ámbito de la fe.

La perspectiva judía tradicional, fundamentada en la autoridad de figuras como Rabí Akiva, ofrece una refutación contundente a las narrativas de los grupos que se autodenominan "efraimitas", "Raíces Hebreas del Cristianismo", "mesiánicos", "mormones hebreos" o "abrahamicos", quienes reclaman una identidad como "Efraim amerindio". Estas corrientes, que encuentran mayor acogida entre sectores socialmente marginados, con limitada formación académica y en condiciones socioeconómicas precarias, representan una manifestación contemporánea de la búsqueda de identidad y pertenencia espiritual.

Sin embargo, desde la óptica del judaísmo, estas interpretaciones no solo carecen de fundamento histórico y teológico, sino que además pueden considerarse potencialmente perjudiciales para sus adherentes. La adopción de estas creencias sincréticas puede conducir a una distorsión de la comprensión histórica y religiosa, alejando a sus seguidores tanto de sus propias raíces culturales como de una auténtica conexión con la tradición judía.


En aras de la honestidad intelectual y la integridad espiritual, sería aconsejable que los individuos atraídos por estos movimientos emprendieran un proceso de desintoxicación ideológica. Este proceso implicaría un distanciamiento crítico de las narrativas sectarias y una aproximación a fuentes más fidedignas y académicamente rigurosas sobre la historia judía y las complejidades de la identidad religiosa.


Para aquellos que genuinamente buscan una conexión con el monoteísmo ético del judaísmo, la tradición rabínica ofrece un camino alternativo y universalmente accesible: la observancia de las Sheva Mitzvot Bnei Noaj (las siete leyes noájidas). Este código ético, aplicable a toda la humanidad según la tradición judía, proporciona un marco para una relación auténtica con el Creador sin necesidad de adoptar identidades históricamente infundadas o teológicamente problemáticas.


En última instancia, la desvinculación de estos movimientos sectarios y la adopción de una perspectiva más informada y crítica no solo beneficiaría a los individuos involucrados, sino que también contribuiría a un diálogo interreligioso más constructivo y a una comprensión más profunda de las complejas interacciones entre identidad, fe e historia. Este enfoque, basado en el respeto mutuo y el reconocimiento de las diferencias legítimas entre tradiciones religiosas, ofrece un camino más fructífero para la búsqueda de significado espiritual en un mundo cada vez más diverso y complejo.


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1. G’mara Jagigah 14b, Rash”i, Tosefta 2 dice:

“Cuatro entraron en el Huerto. Eran Ben Azzai, Ben Zoma, Ajer y Rabí Akiva. Ben Azzai miró y murió. Ben Zomá miró y enloqueció. Ajer miró y se volvió herético. Rabí Akiva entró y salió en paz. Los ángeles deseaban derribar a R’ Akiva, pero les dijo Di’s, “Dejad a este anciano tranquilo pues es digno de usar mi gloria”.

2. “Nagid” (es igual a Príncipe, Soberano) fue el título otorgado al jefe reconocido de la comunidad judía en la España Musulmana y en Egipto.

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