שאל כתוב כי לא יראני
האדם וחי והיאך אם
ישו היה אלוה למה ראו אותו כל
בני העולם ולא מת אפילו אחד
מכל אותם שראוהו:
Pregunta: Está escrito: “No me verá el hombre y vivirá” (Éxodo 33:20). ¿Y cómo es que si Yeshú era Dios, lo vieron todos los hijos del mundo y no murió ni siquiera uno de todos aquellos que lo vieron?
La undécima pregunta del polemista despliega un argumento de incompatibilidad ontológica tan devastador en su simplicidad lógica que expone la imposibilidad metafísica de la encarnación.
La brillantez del argumento radica en su estructura de modus tollens perfecto que no puede ser refutado sin abandonar premisas bíblicas fundamentales. El silogismo es irrefutable: Si Yeshú es Dios, entonces verlo debería causar muerte según Shemot 33:20. Miles de personas lo vieron durante tres años de actividad pública. Ninguna murió por verlo. Por lo tanto, Yeshú no es Dios según la definición bíblica de divinidad. La lógica es tan simple como contar: cero muertes de miles de observadores igual cero por ciento de cumplimiento de la predicción derivada de la hipótesis cristiana.
El polemista comienza citando Shemot 33:20 con precisión devastadora: "כי לא יראני האדם וחי" (ki lo yir'ani ha'adam vejai) — ‘porque no me verá el hombre y vivirá’. El contexto es la petición de Moshé de ver la gloria divina. Dios responde que es ontológicamente imposible para un ser humano mortal ver el rostro divino y sobrevivir. La estructura hebrea "לא... וחי" (lo... vejai), ‘no... y vivirá’, es una negación absoluta que establece incompatibilidad total entre ver a Dios directamente y continuar viviendo. No dice "será difícil" o "causará temor" sino categóricamente "no vivirá". Es un principio ontológico sobre la naturaleza de Dios, no una regla arbitraria que Dios podría suspender según conveniencia.
Esta no es doctrina marginal sino principio central de la teología bíblica que aparece repetidamente. En Shoftim 6:22-23, cuando Gidón ve al malaj Adonai y teme por su vida, Dios debe asegurarle específicamente: "שָׁלוֹם לְךָ אַל־תִּירָא לֹא תָמוּת" (shalom lejá al-tira lo tamut), ‘paz a ti, no temas, no morirás’. La necesidad de esta aseguración específica confirma que la expectativa normal es muerte al ver lo divino. En Shoftim 13:22 Manóaj, padre de Shimshón, dice aterrorizado a su esposa: "מוֹת נָמוּת כִּי אֱלֹהִים רָאִינוּ" (mot namut ki Elohim ra'inu), ‘ciertamente moriremos porque a Dios hemos visto’. En Yeshayahu 6:5 cuando el profeta tiene su visión del trono divino, grita: "אוֹי־לִי כִי־נִדְמֵיתִי... כִּי אֶת־הַמֶּלֶךְ יְהוָה צְבָאוֹת רָאוּ עֵינָי" (oi-li ki-nidmeiti... ki et-haMélej Adonai tzeva'ot ra'u einai), ‘¡ay de mí que soy muerto!... porque han visto mis ojos al Rey, el Eterno de los ejércitos’.
El patrón bíblico es consistente e inequívoco: encuentros genuinos con lo divino causan terror mortal, requieren mediación protectora, involucran casi-muerte, y dejan a los testigos traumatizados por haber visto algo que humanos no deberían poder ver y sobrevivir. Moshé, el profeta más grande que jamás tuvo Israel, solo pudo ver las "espaldas" de Dios, un atisbo indirecto de gloria divina que ya de por sí hizo que su rostro brillara con luz reflejada tan intensamente que tuvo que cubrirse con velo. Daniel, al tener visión del malaj, cayó sin fuerzas con el rostro contra tierra, casi muerto por la experiencia. Yejezkel cayó rostro en tierra al ver la semejanza de la gloria divina.
Ahora el polemista contrasta esto con la experiencia observable de quienes encontraron a Yeshú según el Evangelio Hebreo de Mateo de Du Tillet. La frase "ראו אותו כל בני העולם" (ra'u oto kol bnei ha'olam), ‘lo vieron todos los hijos del mundo’, es hipérbole retórica pero también observación literal de que miles de personas durante tres años tuvieron contacto visual directo con Yeshú. Multitudes en Galil escuchando sermones. Niños acercándose libremente sin ninguna advertencia de peligro. La mujer pecadora lavando sus pies. Zakai el recaudador de impuestos invitándolo a comer. Pilato interrogándolo cara a cara. Soldados romanos crucificándolo. Las mujeres mirando su cuerpo en la cruz y luego en la tumba. Quinientos personas viéndolo después de la resurrección según Pablo.
El polemista concluye con énfasis devastador: "ולא מת אפילו אחד מכל אותם שראוהו" (velo met afilu ejad mikol otam shera'uhu) — ‘y no murió ni siquiera uno de todos aquellos que lo vieron’. La frase "אפילו אחד" (afilu ejad), ‘ni siquiera uno’, es enfática al extremo. No dice "muchos sobrevivieron" o "la mayoría sobrevivió". Dice que literalmente cero personas de miles murieron como resultado de verlo. Si Yeshú fuera verdaderamente Dios según la definición bíblica de divinidad, la tasa de mortalidad entre quienes lo vieron debería ser cien por ciento. La realidad observada fue cero por ciento. Esta discrepancia total entre predicción derivada de la hipótesis cristiana y observación empírica constituye falsación completa de la hipótesis.
El polemista habría leído en Du Tillet, daf 12-13, las palabras mismas de Yeshú: "בואו אלי כל היעפים ואשר עליכם משא ואני אשביעכם" (bo'u elai kol haye'afim va'asher aleijém masa va'ani ashbi'ajem), ‘venid a mí todos los cansados y cargados, y yo os haré descansar’. Esta es invitación abierta para que cualquiera se acerque directamente. No hay advertencia de peligro mortal, no hay requisito de mediación protectora, no hay precauciones sobre mirar su rostro. En daf 41, cuando niños son traídos a él, no hay ninguna escena de terror sino que Yeshú dice: "הניחו נערים ואל תמנעו אותם לבוא אלי" (haniaju ne'arim ve'al timne'u otam lavo elai), ‘dejad a los niños y no les impidáis venir a mí’. Niños pequeños acercándose sin temor a supuesta deidad encarnada, tocándolo, siendo abrazados por él, y todos sobreviviendo perfectamente, es exactamente lo opuesto de lo que Shemot 33:20, establece sobre encuentros con Dios.
Los cristianos intentarán escapar argumentando que la encarnación "vela" la gloria divina, que la humanidad de Yeshú oculta su divinidad haciéndola invisible. Pero el polemista ha anticipado esta evasión y la destruye con lógica implacable: si la divinidad está tan completamente velada que es invisible, entonces lo que las personas vieron fue solo humanidad, no divinidad. Pero si vieron solo humanidad, entonces no vieron a Dios, y por lo tanto Yeshú es funcionalmente indistinguible de cualquier humano ordinario. Los cristianos no pueden tener ambas cosas: no pueden afirmar que Yeshú era Dios visible y simultáneamente explicar la ausencia de muertes diciendo que su divinidad estaba invisible. O era visible como Dios (entonces todos deberían haber muerto), o era visible solo como humano (entonces no es Dios según definición bíblica).
Los cristianos apelarán a la doctrina de kenosis de Filipenses 2:7, tal como se lee en el Codex Sinaiticus folio 283b: αλλα εαυτον εκενωϲεν μορφη δουλου λαβων εν ομοιωματι ανθρωπων γενομενοϲ και ϲχηματι ευρεθειϲ ωϲ ανθρωποϲ (‘sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y hallándose en la condición de hombre’), argumentando que Yeshú "se vació" temporalmente de gloria divina. Pero esto simplemente agrava el problema teológico porque un Dios que se vacía de divinidad ya no es Dios durante ese periodo. Malaji 3:6 declara: "כִּי אֲנִי יְהוָה לֹא שָׁנִיתִי" (ki Ani Adonai lo shaniti), ‘porque Yo soy el Eterno, no cambio’. Un Dios que cambia de divino a no-divino y de vuelta a divino contradice la inmutabilidad divina fundamental. Más aún, si Dios puede vaciar temporalmente su omnipresencia para estar localizado en un cuerpo humano en Galilea, entonces durante ese periodo no es omnipresente y por lo tanto no es Dios. La kenosis, lejos de resolver el problema, admite que durante la encarnación Yeshú no poseía los atributos que definen a Dios.
Los cristianos dirán que en la Transfiguración, cuando Yeshú mostró su gloria a Kefa, Ya’akov y Yojanan, ellos casi murieron de terror. Pero "casi morir" no es morir. Shemot treinta y tres, veinte no dice "tendrás mucho miedo" o "casi morirás". Dice categóricamente "לֹא תוּכַל לִרְאֹת אֶת־פָּנָי כִּי לֹא־יִרְאַנִי הָאָדָם וָחָי" (lo tujal lir'ot et-panai ki lo yir'ani ha'adam vejai), ‘no podrás ver mi rostro porque no me verá el hombre y vivirá’. Los tres discípulos sobrevivieron la Transfiguración sin daño permanente, lo cual prueba según el estándar bíblico que no vieron a Dios en el sentido de Shemot treinta y tres, veinte. Vieron algo impresionante quizás, pero no la gloria divina letal que ningún mortal puede soportar.
El contraste entre teofanías genuinas del Tanaj y encuentros con Yeshú en el evangelio es tan gritante que no puede ser ignorado. Cuando Moshé pidió ver gloria divina, Dios respondió que era imposible y ofreció solo un atisbo de espaldas con protección especial. Cuando Yeshayahu vio visión del trono, gritó que era hombre muerto. Cuando Daniel vio al malaj, cayó sin fuerzas, casi muerto por la experiencia. Cuando Yejezkel vio la semejanza de la gloria, cayó rostro en tierra. Pero cuando multitudes vieron a Yeshú, comieron con él, discutieron con él, tocaron su ropa, lavaron sus pies, lo interrogaron, lo crucificaron, examinaron su cadáver, tocaron sus heridas post-resurrección, todos sobrevivieron sin ningún efecto letal. Esta diferencia cualitativa total demuestra que lo que vieron en Yeshú no era lo que Moshé, Yeshayahu, Daniel y Yejezkel encontraron en sus teofanías.
El argumento toca la doctrina judía fundamental de transcendencia divina. El RaMBa"M en sus Trece Principios de Fe articula como tercero: "Creo con fe perfecta que el Creador, bendito sea Su nombre, no tiene cuerpo, y que no le afectan fenómenos físicos, y que no tiene ninguna semejanza con nada". Si Yeshú tiene cuerpo visible con forma definida que puede ser visto sin consecuencias fatales, entonces no es el Dios del judaísmo que es "אֵין־עָרוֹךְ אֵלֶיךָ" (ein-aroj eleija), incomparable, totalmente Otro, que habita en "luz inaccesible" según el propio Nuevo Testamento en 1 Timoteo 6:16: ο μονοϲ εχων αθαναϲιαν · φωϲ οικων απροϲιτο ον ειδεν ουδειϲ ανθρωπων ουδε ιδειν δυναται ω τιμη και το κρατοϲ αιωνιον (‘el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible (lit. luz que no se puede aproximar); a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver...’).
La ironía adicional que el polemista podría señalar es que personas murieron en presencia de Yeshú según el evangelio — Lazar, la hija de Yaír, el hijo de la viuda de Naín — pero ninguno murió por verlo como efecto necesario de ver divinidad. De hecho, Yeshú los resucitó, haciendo exactamente lo opuesto del efecto letal que ver a Dios causa. Un Dios cuya presencia da vida en lugar de causar muerte no se ajusta al perfil de Shemot treinta y tres, veinte.
El Evangelio Hebreo de Mateo de Du Tillet que el polemista tenía delante no contiene en ninguna parte advertencias de no mirar a Yeshú, personas cayendo muertas por verlo, precauciones sobre acercarse a él, o necesidad de velo o mediación. Todo lo contrario: el texto registra invitación abierta para que multitudes se acerquen, niños jueguen con él, mujeres lo toquen, enfermos lo busquen para ser sanados mediante contacto físico directo. Esta accesibilidad total es exactamente lo opuesto de la inaccesibilidad divina que Shemot treinta y tres, veinte establece.
El polemista ha construido un argumento de incompatibilidad ontológica donde las definiciones mismas son mutuamente excluyentes. Según la Torah, Dios por definición no puede ser visto sin causar muerte. Según los evangelios, Yeshú por observación fue visto por miles sin causar ninguna muerte. Por lo tanto, Yeshú no cumple la definición bíblica de Dios. Los cristianos están forzados a elegir: o redefinen lo que significa ser Dios para acomodar a Yeshú (abandonando la definición bíblica), o admiten que Yeshú no era Dios según esa definición bíblica. No hay tercera opción lógicamente coherente. La belleza devastadora del argumento es su simplicidad verificable: una premisa bíblica clara, un conteo empírico simple de supervivientes, y una conclusión lógica inevitable que ninguna sofistería teológica puede evadir sin torcer el significado obvio de "no me verá el hombre y vivirá" hasta hacerlo irreconocible.
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