שאל לאותם שאומרים
שבעון הריגת ישו
אנו בגלות זדה אינו אמת הלא
קודם מיתתו אנו בגלות ואף אם
יהיה כן כבר כתב שבשעת
מיתתו בקש מאביו ואמר אבי
מחול להם מה שהם עושים כי
אינם יודעים מה שעושים ואם
האב והבן דבר אחד ורצון אחר
יהיה באמרת נמחל אותו
העון יען שהוא
בעצמו
מחל:
Pregunta: A aquellos que dicen que por el pecado de la muerte de Yeshú estamos nosotros en exilio, esto no es verdad. ¿Acaso no estábamos en exilio antes de su muerte? Y aun si fuera así, ya está escrito que en el momento de su muerte pidió a su Padre y dijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Y si el Padre y el Hijo son una cosa y una voluntad, entonces mediante su dicho fue perdonado aquel pecado (el pueblo de Israel), puesto que él mismo perdonó.
La vigésima tercera pregunta, la culminación de este edificio intelectual de polémica rabínica, abandona las abstracciones cristológicas y soteriológicas para confrontar directamente la consecuencia más brutal de la teología cristiana: la persecución del pueblo judío justificada mediante la acusación de deicidio colectivo perpetuo.
La frase inicial es devastadora en su directa simplicidad: "זדה אינו אמת" (zade eino emet), ‘esto no es verdad’. No hay aquí la cortesía retórica de "según vuestras palabras" o "pregunto respetuosamente". Es declaración categórica, un rechazo rotundo de una mentira peligrosa que ha costado incontables vidas judías. El polemista conoce que esta acusación no es meramente error teológico abstracto sino justificación ideológica para pogromos, expulsiones, conversiones forzadas, niños robados, sinagogas quemadas, Talmudes confiscados y quemados en plazas públicas, sangre derramada durante Semana Santa cuando las multitudes cristianas, enardecidas por sermones sobre "los asesinos de Dios", salían de sus iglesias buscando venganza contra los judíos contemporáneos por un supuesto crimen cometido trece siglos antes.
El primer argumento es de cronología histórica irrefutable: "הלא קודם מיתתו אנו בגלות" (halo qodem mitato anu bagalut), ¿acaso no estábamos en exilio antes de su muerte? La pregunta retórica es aplastante porque apela a hechos históricos que ningún cristiano puede negar. Yeshú murió aproximadamente en el año treinta de la era común. El primer exilio, la destrucción del Primer Templo y el cautiverio babilónico, ocurrió en quinientos ochenta y seis antes de la era común, quinientos dieciséis años antes de que Yeshú naciera. El dominio romano sobre Judea comenzó en sesenta y tres antes de la era común, noventa y tres años antes de la muerte de Yeshú. La lógica es inexorable: si el exilio es castigo por matar a Yeshú, ¿cómo puede ese castigo preceder por siglos al crimen que supuestamente lo causa? ¿Tiene Dios máquina del tiempo para castigar retroactivamente?
El Tanaj mismo proporciona explicaciones claras y múltiples para el exilio que no tienen nada que ver con ningún futuro mesías. Devarim 28-30 enumera las maldiciones que vendrán sobre Israel por desobediencia a la Torah, incluyendo exilio explícito: "וְהֵפִיץ יְהוָה אֹתְךָ בְּכָל־הָעַמִּים" (vehefitz Adonai otjá bejol-ha'amim), ‘y el Eterno te esparcirá entre todos los pueblos’. Los libros de Melajim, Reyes, narran detalladamente cómo el exilio babilónico fue consecuencia de idolatría persistente, injusticia social, rechazo de los profetas. Yirmeyahu, Jeremías, y Yejezkel, Ezequiel, profetas del periodo del exilio mismo, explican exhaustivamente las causas teológicas, morales y políticas del castigo divino. Ninguno menciona que el exilio será porque en el futuro matarán a un mesías que aún no ha nacido. La idea es históricamente absurda y teológicamente incoherente.
El segundo argumento es brillantemente audaz porque utiliza las propias palabras atribuidas a Yeshú en el momento de su muerte para desmantelar la acusación cristiana contra los judíos: "כבר כתב שבשעת מיתתו בקש מאביו ואמר אבי מחול להם מה שהם עושים כי אינם יודעים מה שעושים" (kvar katav shebish'at mitato biqesh me'aviv ve'amar avi mejol lahém ma shehem osim ki einam yod'im ma shehem osim) — 'ya está escrito que en el momento de su muerte pidió a su Padre y dijo: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen'. Esta cita proviene del evangelio de Lucas 23:34 (ατερ αφεϲ αυτοιϲ ου γαρ οιδαϲιν τι ποιουϲιν: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’), no del Evangelio Hebreo de Mateo de Du Tillet que el polemista había estado empleando hasta ese momento. La formulación hebrea del polemista ("אבי מחול להם... כי אינם יודעים מה שעושים") sugiere que pudo haber trabajado con múltiples fuentes: probablemente la Vulgata latina (Pater, dimitte illis), accesible en contextos eclesiásticos y universitarios medievales; posiblemente la Peshitta siríaca (אַבָא שׁבוּק להוּן / Aba shbuq lehon), conocida en círculos eruditos del Medio Oriente; o bien una traducción hebrea medieval del evangelio de Lucas circulante entre comunidades judías que debatían con cristianos, similar al fragmento preservado en colecciones polémicas. El uso estratégico de Lucas demuestra no solo familiaridad con el canon cristiano más allá de Mateo, sino también una habilidad sofisticada para volcar las propias fuentes cristianas contra la acusación de deicidio, transformando un pasaje central de la Pasión en exoneración explícita de culpabilidad judía según las propias palabras de Yeshú HaMamzer.
La frase "מחול להם" (mejol lahém), perdónalos, es imperativo o petición urgente. El verbo "מחל" (majal) en hebreo significa perdonar, cancelar deuda, exonerar de culpa. "להם" (lahém), a ellos, se refiere claramente a quienes están ejecutando la crucifixión. La justificación que Yeshú da para este perdón es devastadora para la acusación cristiana posterior: "כי אינם יודעים מה שהם עושים" (ki einam yod'im ma shehem osim), ‘porque no saben lo que hacen’. Esto es reconocimiento explícito de ignorancia, que en cualquier sistema legal funciona como atenuante masivo de culpabilidad. En terminología legal moderna, esto elimina "mens rea", la intención criminal necesaria para culpabilidad plena. Si no sabían que estaban matando a Dios (según la teología cristiana), entonces no pueden ser culpables de deicidio consciente.
El polemista hace la pregunta implícita devastadora: si Yeshú mismo, en su momento de máximo sufrimiento, encontró en su corazón compasión suficiente para pedir perdón para sus ejecutores, reconociendo su ignorancia como atenuante, ¿cómo pueden sus supuestos seguidores, trece siglos después, sentados cómodamente en sus catedrales, mantener odio implacable y acusación perpetua contra generaciones enteras de judíos que ni siquiera estaban vivos cuando ocurrió la crucifixión? La hipocresía moral es flagrante. Más aún, el propio Nuevo Testamento cristiano, en Hechos 3:17, tiene a Pedro diciendo a una audiencia judía: "καὶ νῦν, ἀδελφοί, οἶδα ὅτι κατὰ ἄγνοιαν ἐπράξατε" (kai nyn, adelfoi, oida hoti kata agnoian epraxate), ‘mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo hicisteis’. El reconocimiento de ignorancia como atenuante está en el propio texto fundacional cristiano.
El tercer argumento es obra maestra de usar la doctrina trinitaria cristiana contra la acusación cristiana: "ואם האב והבן דבר אחד ורצון אחר יהיה באמרת נמחל אותו העון יען שהוא בעצמו מחל" (ve'im ha'Av vehabén davar ejad veratzon ejer yihyé be'imrat nimjal oto he'avon ya'an shehu be'atzmo majal) — ‘y si el Padre y el Hijo son una cosa y una voluntad, entonces mediante su dicho fue perdonado aquel pecado, puesto que él mismo perdonó’. La frase "דבר אחד ורצון אחר" (davar ejad veratzon ejer), una cosa y una voluntad, invoca directamente la doctrina trinitaria de la unidad de esencia y voluntad entre las personas de la Trinidad. Los cristianos afirman que Padre e Hijo, aunque distintos en persona, son uno en esencia, naturaleza, poder y voluntad. Muy bien, dice el polemista, aceptemos esta doctrina. Si son verdaderamente uno en voluntad, entonces cuando el Hijo perdona, el Padre perdona. No puede haber discordancia entre voluntad del Hijo expresada en la cruz ("perdónalos") y voluntad del Padre respecto al mismo asunto.
La frase "יען שהוא בעצמו מחל" (ya'an shehu be'atzmo majal), ‘puesto que él mismo perdonó’, es el golpe final. "בעצמו" (be'atzmo), él mismo, en su propia persona, de su propia autoridad. Si Yeshú es Dios, como los cristianos insisten, entonces su perdón es perdón divino definitivo. No puede haber autoridad superior que anule el perdón dado por Dios mismo. Los cristianos quedan atrapados en su propia cristología: o Yeshú tenía autoridad divina para perdonar (entonces el perdón es válido y los judíos fueron perdonados), o no tenía tal autoridad (entonces toda la cristología colapsa). No hay tercera opción.
El polemista también conoce el versículo más problemático del Evangelio Hebreo de Mateo, daf 71, que los cristianos han usado durante siglos para justificar acusación colectiva: "ויען כל העם ויאמר דמו עלינו ועל בנינו" (vaya'an kol ha'am vayomar damo aleinu ve'al baneinu), ‘y respondiendo todo el pueblo dijo: su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos’. Este versículo, Mateo 27:25, ha sido citado en incontables sermones antisemitas, ha justificado incontables atrocidades. Pero el polemista tiene contra-argumentos devastadores incluso para este texto. Primero, argumento legal: esta declaración fue hecha por una multitud manipulada por sus líderes, bajo presión política intensa, en un momento de histeria colectiva. En cualquier sistema legal, confesiones bajo coacción o en estados mentales alterados son inválidas. Segundo, argumento teológico: incluso si esta declaración fue hecha sinceramente, Yeshú la anuló explícitamente momentos después en la cruz cuando pidió perdón. El perdón posterior cancela la auto-maldición anterior. Tercero, argumento generacional: incluso en el peor escenario donde aceptamos que esa generación específica asumió responsabilidad, ¿cómo puede esta responsabilidad transferirse a generaciones posteriores que no estaban presentes ni participaron?
Aquí el polemista invoca un principio bíblico fundamental de Yejezkel 18:20: "הַנֶּפֶשׁ הַחֹטֵאת הִיא תָמוּת בֵּן לֹא־יִשָּׂא בַּעֲוֺן הָאָב וְאָב לֹא יִשָּׂא בַּעֲוֺן הַבֵּן" (hanéfesh hajotét hi tamut ben lo-yisá ba'avon ha'av ve'av lo yisá ba'avon habén), ‘el alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo’. Este es principio explícito de justicia divina establecido por profeta: la culpabilidad es individual, no hereditaria. Incluso si la generación del año treinta tuviera culpa (lo cual el polemista niega rotundamente), esa culpa no puede transferirse automáticamente a hijos, nietos, bisnietos, generaciones incontables. Los judíos del siglo trece no pueden ser culpables de un acto cometido en el siglo primero por personas que murieron doce siglos antes. La idea viola principios básicos de justicia que el propio Tanaj establece.
El polemista está confrontando aquí el fundamento teológico del antisemitismo cristiano medieval. La acusación funcionaba así: los judíos son el pueblo deicida, mataron a Dios, por lo tanto merecen sufrimiento perpetuo, su exilio es castigo divino justo, su persecución está teológicamente justificada. Esta narrativa permitía a cristianos medievales racionalizar y sacralizar violencia contra judíos. Cuando quemaban sinagogas, no estaban cometiendo crimen sino ejecutando justicia divina. Cuando robaban propiedades judías, estaban castigando a asesinos divinos. Cuando forzaban conversiones, estaban salvando almas del pueblo maldito. La teología del deicidio colectivo perpetuo transformaba brutalidad en virtud religiosa.
El polemista desmantela esta narrativa con triple estrategia: histórica (el exilio precedió a Yeshú por siglos), cristológica (Yeshú mismo perdonó), y trinitaria (si Padre-Hijo son uno, el perdón de Yeshú es definitivo). Cada argumento es independiente pero se refuerzan mutuamente, creando caso hermético contra la acusación. Los cristianos que mantienen culpabilidad judía perpetua están ignorando las propias palabras de Yeshú, contradiciendo el reconocimiento de ignorancia en su propio Nuevo Testamento, violando principios de justicia individual establecidos en el Tanaj que ellos también aceptan como escritura, y usando religión para justificar odio, lo cual contradice el mensaje central de amor que supuestamente Yeshú predicaba.
La observación irónica del polemista es que tomó a la Iglesia Católica casi dos mil años para adoptar oficialmente una posición similar. Recién en mil novecientos sesenta y cinco, el Concilio Vaticano Segundo promulgó Nostra Aetate, cuya sección cuarta declara: "Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Yeshú, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy... los judíos no deben ser presentados como reprobados por Dios ni malditos". Esto es esencialmente lo que el polemista judío medieval estaba argumentando setecientos años antes, pero tuvo que hacerlo en manuscritos secretos copiados clandestinamente, mientras la posición oficial de la Iglesia justificaba persecución continua.
Esta vigésima tercera pregunta funciona como conclusión meta-polémica de todo el manuscrito. Las primeras veinte preguntas atacaban coherencia interna de doctrina cristiana mediante lógica, filosofía, exégesis bíblica. La pregunta veintiuno abordaba consecuencias ontológicas imposibles de la muerte divina. La pregunta veintidós exploraba consecuencias morales de la soteriología cristiana respecto a Judas. Esta pregunta final confronta consecuencias sociales y políticas brutales: la persecución de un pueblo entero justificada mediante teología defectuosa. El movimiento es de lo abstracto (¿es Yeshú Dios?, ¿cómo funciona la Trinidad?) a lo concreto y urgentemente práctico (¿por qué nos persiguen?, ¿cómo detenemos esta violencia teológicamente justificada?).
El mensaje subyacente humanitario del polemista trasciende la disputa teológica: dejen de usar teología para justificar persecución; las propias enseñanzas cristianas sobre perdón y amor contradicen el odio antisemita; la acusación es histórica y moralmente insostenible; si Yeshú, en su agonía, pudo perdonar, ¿cómo pueden sus seguidores, siglos después y desde posiciones de poder, mantener odio implacable? Esto no es cristianismo auténtico según sus propios estándares, es traición a las palabras de su propio fundador.
Conclusión: El Legado Intelectual de Veintitrés Preguntas
Las veintitrés preguntas tomadas como conjunto representan una obra maestra de polémica rabínica medieval que merece reconocimiento no solo como documento histórico sino como logro intelectual de primer orden. El manuscrito es sistemático, cubriendo todos los aspectos centrales de la doctrina cristiana sobre Yeshú, la soteriología, la Trinidad, la ética, la profecía y las consecuencias prácticas. Es textual, trabajando directamente con el evangelio hebreo de Mateo en lugar de versiones latinas o griegas, demostrando que el polemista judío conocía mejor el texto que muchos cristianos contemporáneos. Es lógico, aplicando principios talmúdicos de razonamiento riguroso donde cada argumento se construye como silogismo verificable, donde las contradicciones se exponen mediante reductio ad absurdum, donde las inconsistencias se revelan comparando textos. Es filosófico, invocando atributos divinos de inmutabilidad, impasibilidad, omnipotencia, simplicidad, eternidad para demostrar incompatibilidad con encarnación, sufrimiento, muerte. Es bíblico, citando extensamente el Tanaj para refutar interpretaciones cristianas, mostrando que las supuestas profecías mesiánicas no se refieren a Yeshú o se aplican igualmente a figuras no-mesiánicas. Y culmina siendo humanitario, defendiendo a su pueblo de acusación injusta que justificaba violencia real.
Los temas recurrentes a través de las veintitrés preguntas crean una red argumentativa donde cada pregunta refuerza las otras: la coherencia lógica interna del cristianismo está fatalmente comprometida por contradicciones múltiples e irresolubles; los atributos divinos filosóficamente necesarios son incompatibles con la narrativa evangélica de un Dios que nace, sufre, muere; el supuesto cumplimiento profético fracasa bajo escrutinio textual cuidadoso; la afirmación de que Yeshú no vino a abolir la Torah contradice la práctica cristiana observable de abandonar mandamientos explícitos como circuncisión y kashrut; las promesas mesiánicas de paz, conocimiento universal de Dios, fin del sufrimiento permanecen flagrantemente incumplidas; y las consecuencias prácticas de la teología cristiana incluyen justificación de persecución de inocentes.
El valor histórico de este manuscrito es incalculable. Es testimonio directo del diálogo, o más precisamente del conflicto intelectual, entre judaísmo y cristianismo en la Edad Media. Demuestra que los judíos medievales no solo conocían los textos cristianos sino que los habían estudiado con cuidado suficiente para construir críticas devastadoramente informadas. Muestra la sofisticación de la argumentación rabínica aplicada a polémica inter-religiosa, revelando que los métodos talmúdicos de análisis textual minucioso, construcción de silogismos, anticipación de objeciones, funcionaban brillantemente cuando se dirigían contra literatura cristiana. Y preserva críticas que raramente sobrevivieron, porque la mayoría de los manuscritos polémicos judíos fueron confiscados y quemados por autoridades eclesiásticas que reconocían su poder subversivo. Que este manuscrito haya sobrevivido es milagro y responsabilidad: debemos estudiarlo, entenderlo, aprender de su brillantez intelectual y su urgencia moral.
La relevancia contemporánea de estas preguntas permanece sorprendentemente intacta. Muchos de estos argumentos todavía se emplean en filosofía de religión y debates inter-religiosos modernos. Las paradojas trinitarias que el polemista identificó siguen siendo problemas no resueltos en teología cristiana. Las cuestiones sobre atributos divinos y encarnación continúan generando bibliotecas de literatura académica sin consenso. Los problemas de cumplimiento profético siguen siendo punto de disputa entre judíos y cristianos. Y la lección más importante, la más urgente, la que convierte este manuscrito de documento histórico en llamado profético, es que teología nunca debe usarse para justificar odio, que doctrinas abstractas tienen consecuencias concretas en cuerpos humanos, que cuando la religión se convierte en arma de opresión ha traicionado cualquier verdad que pudiera contener. El polemista judío medieval, escribiendo en hebreo preciso con lógica implacable, defendiendo a su pueblo con cada palabra cuidadosamente escogida, nos enseña que el pensamiento riguroso y la compasión humana no son opuestos sino aliados necesarios en la búsqueda de verdad y justicia.
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