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6/14/2023

La Sintaxis Insalubre del Nuevo Testamento


Por Neshamot Deot

El gran problema del Nuevo Testamento no es que sea un documento falso. Hay muchas cosas que lo son y aun así se puede aprender de ellos, tienen un valor ficcional, que una vez aclarado y expresado en su función, de manera clara y sin ambigüedad, cumple su cometido y el lector puede decidir si se suma o no a lo que ofrece, recordándole de paso la libertad que ya tiene. El problema entonces del Nuevo Testamento no es que sea falso en sí: este reside en que su sintaxis configura la estructura de pensamiento de quién lo lee mediante la modulación errada de los paradigmas que contiene, y eso es más dañino.

¿Eso qué significa? Que adoctrina. Todos por un acuerdo tácito sabemos que obras como "El Principito" o "Cien años de soledad", entre muchas otras, son ficciones, que bien pueden –y de hecho tienen- muchos elementos verídicos y hasta verificables, contrastables., pero en rigor son falsas en lo que respecta a su correspondencia con lo real, lo que está por fuera de ellas y, más bien, se sujetan a lo real siendo parte y no explicación de ello. Por su propio género, su textura literaria, no intenta o procura exhibirse como una voz que da cuenta de lo real. El Nuevo Testamento, en cambio, sí pretende eso y lo hace mal y para mal, para encerrar, para no dar libertad al lector, para atraparlo en un dogma que pretendiendo empoderarlo en realidad lo infravalora en su auténtico potencial. Nietzsche ya había señalado este problema cuando asegura en La Genealogía de la Moral (p. 120):

A mí no me gusta el Nuevo Testamento; casi me espanta verme sólo en este juicio (que tiene en contra dos mil años) pero ¡qué le vamos a hacer! “heme aquí, no puedo hacer de otro modo”; el Antiguo Testamento, ya es otra cosa; allí encuentro hombres grandes, cosas heroicas y, sobre todo, la inestimable candidez de un corazón fuerte; más todavía, allí halló un pueblo. En el Nuevo Testamento (sic), por el contrario, reina el turbio depósito de muchas sectas; la cursilería del alma; lo contorneado, lo anguloso y audaz; la atmósfera de conventículos y cierto aire de dulzura bucólica que revela una época romana. Allí se dan la mano la humildad y la presunción; ensordece su locuacidad de sentimientos; hay más patético que pasión; hay sobre todo una mímica deplorable. ¿Para qué explayaba tanto sus propias imperfecciones esta gente? Nadie se ocupa de ello, y Dios menos que nadie.[1]

Toda sintaxis pretende un orden y con ello una relación de los sintagmas que contiene en las formulaciones que expresa a través de las oraciones que incluyen, así como de las funciones que cumplen en el orden total que se configura como una serie de paradigmas. En el caso del cristianismo en cualquiera de sus versiones, el paradigma de los paradigmas es la doctrina que estructura todo su contenido ontológico y pragmático y que reside en la falsificación de la identidad entre los términos que componen la frase casi mantra de "Jesús es el mesías".  Ahí está el ser y la acción de la identidad del programa cristiano, por fuera de eso no puede operar, por más que sostengan que admiten el valor de la Toráh. Por eso no puede liberar, ya que ella no es libre, ni puede serlo sin el poco poder de esa afirmación, y esa en realidad es su cárcel ya que es una ficción indemostrable, como lo sabe cualquiera que examine las pruebas.

De ese sofisma el resto del Nuevo Testamento presente sostener, colgar, todo el resto de paradigmas, que sí bien en su origen, en su santidad –diríamos- son correctos, al permearse del orden del discurso que pende de esa formula engañosa pierden su valor, su fuerza es arrancada y solo queda la klipá, la cáscara, que ya se queda sin contenido.

Claro, en el Nuevo Testamento se habla de paz, de justicia, de mandamientos, del Reino. ¿Pero qué Reino, que mandamientos, que justicia, que paz quedan en su sintaxis? Sólo pobres versiones adoctrinadas que empobrecen más aún a quienes lo predican, haciendo que sus mentes operen y funcionen bajo una estructura totalmente opaca, deslucida, aniquilante, pobre; una que ordena en la sinrazón al espíritu y le pinta un panorama de libertad encarcelada, haciéndole vivir desde un dogma un día a día similar a los del Show de Truman.

Borges decía que Jesús era más un estilo que un personaje, pero se olvidó agregar que era un mal estilo, por eso es tan fácil de imitar, por eso salieron muchos evangelios tanto en la época que le adjudican como en tiempos modernos, por eso puedo friccionarlo hasta la parodia, porque de hecho lo fue desde un principio cuando la algarabía doctrinera de los Romanos que compusieron esos textos que pretenden custodiar su voz lo establecieron así, encerrándolo aún más y haciéndolo mal, con mal estilo y con una sintaxis que ahoga todos los paradigmas saludables que contienen pero que ya están totalmente dañados y son plenamente insalubres.    


[1] Nietzsche, Frederich, 1971. La Genealogía de la Moral. Bedout, Medellín; pág. 120.


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